Durban, Puente entre Asia y África

Durban, Puente entre Asia y África


Con raà­ces en la cultura zulú, de pasado británico y boer y hogar de la comunidad india más numerosa fuera de la India, la tercera ciudad del paà­s seduce con su mezcla cultural, clima cálido todo el año, playas y safaris

El jardinero del hotel baila al "ritmo" de la ensordecedora podadora de pasto. Un grupo de amigas revolea las caderas en un centro comercial, donde suena Gloria Gaynor a todo volumen. Los pasajeros de las combis que hacen de taxis colectivos se sacuden con cada pum chis pum de AKA, el rapero sudafricano del momento.

Todos bailan en Durban, la ciudad que a fines del año pasado CNN nombró la más cool de Sudáfrica. La ciudad que la mayorà­a de los visitantes pasa por alto -y se pierde - por limitarse al tà­pico circuito sudafricano: un safari en el Kruger, una degustación de vinos en Ciudad del Cabo , un recorrido por Ruta Jardà­n. Circuito que por cierto no está nada mal, pero que no incluye Durban, la más africana de sus vecinas más europeizadas.

Es verdad que para llegar hasta aquà­ hace falta un tirón extra. Después de la escala en San Pablo, todavà­a hay que tomar otro vuelo desde Johannesburgo (una hora y 10 minutos). Pero es pisar Durban y sentir el sol tibio en la piel, escuchar la carcajada contagiosa de los durbanitas y respirar el aire del Indico, para olvidarse enseguida del cansancio y del jet lag (aunque la diferencia de hora con la Argentina es de apenas 5 horas, el primer dà­a se siente).

Con 3,5 millones de habitantes, Durban es la tercera ciudad de Sudáfrica, después de Johannesburgo y Ciudad del Cabo. Y es, por lejos, la más diversa del paà­s. No sólo porque es la capital de la provincia de KwaZulu Natal y cuna de los zulús, el grupo tribal más grande de Sudáfrica (quienes recuerden la serie Shaka Zulu recordarán también al rey guerrero Shaka, una máquina conquistadora de tribus).

También, porque además de los descendientes de los colonizadores británicos y holandeses, Durban cuenta con la mayor concentración de indios fuera de India. Llegaron de a decenas de miles a fines del siglo XIX para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar, cuyos pastos largos aún tapizan de verde las colinas que aprietan la ciudad contra el mar. Los descendientes de aquella oleada de mano de obra barata -trasladada por las autoridades coloniales del Imperio Británico- llevan más de siglo y medio en Sudáfrica pero hablan con el inglés caracterà­stico de la India, tienen su propio barrio y mantienen sus tradiciones intactas. En el Victoria Market, la feria india más grande de la ciudad, se pueden encontrar por caso todo tipo de currys, especias y masalas con nombres como "espanta suegras" o "bomba atómica".

Gandhi mismo vivió durante 21 años en Durban, donde tuvo su primer encontronazo con la segregación racial: se le negó el asiento en un tren por el color de su piel. Por esa razón, Durban se convirtió en la base desde la que comenzó a gestar su campaña de resistencia pasiva, que perfeccionarà­a más tarde en la India y que años después inspirarà­a a Nelson Mandela en su lucha contra el apartheid (1948-1994).

ALMA MESTIZA



Un paseo por la Golden Mile (Milla de oro), la afamada costanera de 6km, bastará para tener un pantallazo de la vibrante mezcla cultural durbanita. Mujeres en saris, otras en burkas, artistas que esculpen rinocerontes en la arena, skaters, vendedores de animalitos tallados en madera o rickshaws engalanados al más puro estilo zulú conviven en aquella arteria flanqueada por hoteles, restaurantes, edificios modernos y algunos exponentes de art déco (no son pocos los que de hecho hablan de la South Beach sudafricana, aunque resulte una comparación bastante tirada de los pelos). Sin olvidarse de los surfers, desde ya, que durante todo el año pueden aprovechar, en pleno centro de la ciudad, de buenas olas, aguas cálidas, playas anchas, inviernos soleados y... redes antitiburones que protegen a los bañistas.

En un extremo de la Golden Mile se levanta uno de los hitos turà­sticos de Durban, el uShaka Marine World. Es un acuario, sà­, con delfinario y shows de pingüinos y hasta la posibilidad de bucear con tiburones o hacer snorkel en la laguna. Pero es a la vez un gigantesco complejo que incluye paseo comercial, playa, parque acuático, restaurantes y más. El acuario solo, que funciona dentro de un supuesto buque de carga varado en los fondos marinos, ya es impactante de por sà­.

En el extremo opuesto, el estadio de Moses Mabhida (polà­tico sudafricano que luchó por los derechos de los trabajadores) se ha convertido en todo un sà­mbolo de Durban. Algo asà­ como la ópera de Sydney sudafricana. De arquitectura futurista, fue construido para el Mundial de 2010. Está rematado por un arco de 106 metros de altura, a cuya cima se accede en dos minutos por un teleférico o skycar (US$ 4,5), desde donde se obtienen vistas 360 grados de la ciudad. También desde allà­ se puede practicar, para quien se anime, del bungee jumping más alto del mundo (por ahora). Y para quienes no tengan interés en subir o saltar o incluso hacer un tour guiado por el estadio, el People's Park, en la entrada del Moses Mabhida, es un auténtico parque del pueblo para andar en bicicleta, tomar un café, fumar narguiles o hacer pic-nic.

Después está el tradicional barrio de Morningside, con sus casas victorianas y la concurrida Florida Road, zona de bares, restós y movida nocturna. Y para más muestras de riqueza cultural, sin contar con el creciente avance de los mercados chinos, habrà­a que mencionar la mezquita Juma, de cúpula dorada y la mayor del hemisferio sur, el templo hindú Ayalam (el más antiguo del paà­s), la catedral de ladrillos o el Ayuntamiento, un imponente edificio neobarroco cuyo techo está preprado para la nieve, porque estaba diseñado para el ayuntamiento de Budapest y por error se despachó a Durban. Todos a pasos el uno del otro.



El resto de la ciudad no vale gran cosa. Además, por razones de seguridad, conviene evitarla de noche.

En rigor, la mayor parte de la población negra aún vive en los townships, asentamientos precarios de los suburbios y secuela palpable del apartheid, cuando los negros debà­an vivir alejados de los blancos.

Por otro lado, para visitar los barrios más chic, como Umlhanga o Ballito, con sus hoteles de varias estrellas, terrazas al aire libre o casonas sobre el mar, habrá que enfilar hacia el norte. En Ballito, precisamente, el argentino Hugo Palacio abrió el exitosà­simo restaurante Eat Local (que de local no tiene tanto: hay desde parrillada hasta helado de dulce de leche). Y en breve inaugurará un nuevo local en un mall reluciente de Umhlanga. Nada mal para quien, asegura, llegó a Sudáfrica en 1989 con apenas 89 dólares en el bolsillo.

CAZADORES FURTIVOS



Si bien Durban es un buen punto de partida para disfrutar de las playas y de una ciudad cosmopolita, tierra adentro es otro mundo. Un mundo de montañas y praderas y casas circulares con techos de paja. Y como al fin y al cabo estamos en àfrica, la oferta de safaris es inagotable.

A unas dos horas de Durban, Hluhluwe-Umfolozi (para pronunciar el nombre correctamente hay que apoyar la punta de la lengua contra el paladar, a la usanza zulú... asà­ y todo es casi imposible) es la reserva de animales más grande de KwaZulu Natal, además de la más antigua del paà­s. Aquà­ venà­a a cazar el mismà­simo rey Shaka, a principios del siglo XIX.

Más allá de las 84 especies de animales que coexisten en el parque, incluidos los Big Five o Cinco Grandes (leones, elefantes, búfalos, rinocerontes y leopardos: los cinco animales que Shaka consideraba los más peligrosos), Hluhluwe-Umfolozi obtuvo una merecida fama por su programa de protección del rinoceronte blanco. Que no es blanco por su color, sino por su boca ancha (wide en ingles), que se presta a la confusión con white (blanco).

La caza furtiva de estos animales, por cuyos cuernos se pagan verdaderas fortunas (en China se cree que, además de sus propiedades afrodisà­acas, los cuernos funcionan como agentes anticancerà­genos), es un tema de honda preocupación en Sudáfrica. No sólo se lanzaron campañas en la và­a pública (incluso en el aeropuerto de Johannesburgo, en una gigantografà­a que muestra a una mujer sin una pierna, se puede leer: Esto no es nada. Tengo suerte de no ser un rinoceronte), sino que algunos parques contrataron a "cazadores para cazar cazadores".

Por eso, cuando el primer animal que divisamos entre la bruma de la primera mañana en la sabana es un rinoceronte, todos celebramos el hallazgo. Después vendrá un elefante, y otro, y otro más, hasta que contamos unos 20 y ya nos cansamos de disparar fotos y hacer selfies con el paquidermo rumiando detrás. Eso sà­: está prohibidà­simo sacar los brazos y menos el cuerpo fuera del Jeep, ya que el animal puede sentirse amenazado y entonces sà­ que estamos en problemas.

"Los elefantes comen 300 kilos de comida por dà­a. Si mueven las orejas no significa que estén contentos sino todo lo contrario: ¡huyan por sus vidas!". Son datos que dispara Keepo, el histriónico guà­a y clon de Eddie Murphy. Y agrega lo que podrà­a calificarse de curiosidad local: "La bosta de elefante, cuando está seca, se quema y luego se inhala como antà­doto contra el dolor de cabeza".

HIPOPÓTAMO A LA VISTA



Por la tarde, la experiencia National Geogrpahic continúa en el estuario Santa Lucà­a, el más grande del continente y parte del Humedal de iSimangaliso, el único parque de àfrica donde pueden encontrarse a la vez hipopótamos, cocodrilos y tiburones (además de más de 500 especies de aves, 97 de mamà­feros terrestres y otros números grandilocuentes). Los tiburones son difà­ciles de ver, pero en las dos horas en que el bote se desliza por las aguas amarronadas, habrá decenas de hipopótamos y cocodrilos para la foto. Si hasta 1965 los hipopótamos eran cazados por su piel, carne, grasa y hasta dentadura (Winston Churchill, la reina Victoria y George Washington llegaron a tener dientes postizos de hipopótamos), a partir de 1965 se prohibió su caza y pasaron a ser especies protegidas.

Esta vez es el turno de Dennis de impartirnos un curso intensivo sobre las costumbres de nuestros animales estrella.

Como que los hipopótamos y las ballenas comparten ADN, que los hipopótamos machos se reconocen por las marcas en sus cuerpos (producto de las feroces luchas entre ellos), que los cocodrilos pueden reemplazar los dientes unas 3000 veces (y cuando pierden toda la dentadura, viven hasta dos años antes de consumir la grasa interna), que no pueden hacer la digestión con frà­o porque necesitan muchà­sima energà­a ("Una vez vi un cocodrilo con un mono en la boca durante cuatro dà­as: recién cuando hizo calor, al cuarto dà­a, se lo comió", comenta Dennis).

En el pueblito de Santa Lucà­a, los hipopótamos son visitantes habituales cuando cae el sol. Se los llama "townies" y suelen acechar los jardines en busca de pasto fresco. Los locales aprendieron a respetarlos y no meterse con ellos. De hecho, ya hace varios años que no se registra ningún ataque de hipopótamo. Pero en el àfrica profunda, siempre hay que estar alerta.



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