Geografía de Macondo: viaje por la Ruta de García Márquez

Geografía de Macondo: viaje por la Ruta de García Márquez


La muerte de Gabriel García Márquez ilumina una región, el Caribe colombiano, y varios puntos sobre el mapa, los cuales pueden ser vistos como fragmentos de un poderoso espacio literario llamado Macondo, el cual llegó a suplantar, para muchos lectores del mundo, a toda América Latina. Ese territorio de abuelas sabias y mariposas amarillas empieza en Aracataca, el pueblo donde nació García Márquez, un modesto villorrio en el departamento de Magdalena rodeado por campos de banano, la célebre Zona Bananera, y no lejos de ciudades costeras como Santa Marta, Cartagena de Indias y Barranquilla.


Para llegar a Aracataca, desde la carretera troncal que une a la región Caribe con el centro del país, hay que recorrer una larga avenida calcinada por el calor, pero con árboles de sombra a los lados. Se ven casas de cemento con grandes terrazas, pintadas de colores vivos. Rojo, azul, amarillo. Se escucha música vallenata y hay niños montando en bicicleta, sin zapatos y sin camisa. Ya entrando al pueblo aparecen mujeres con sombrilla, protegiéndose del sol. La calle central es la de los Turcos, por los almacenes de abarrotes, flanqueada por árboles de almendros. En los comercios la mercancía está colgada de las puertas, como en los bazares árabes, y tienen nombres llamativos como El Regalo o El Milagro. La plaza central de Aracataca está sombreada por almendros y ficus. Los niños juegan al balón y la gente está sentada en las tiendas que la circundan. El mediodía es la hora de más calor. Por una de las calles laterales se llega a la casa de los abuelos de Gabriel García Márquez. Según dice en sus memorias, el disparador de su obra fue la venta de esa casa. Su familia vivía en Barranquilla y para el joven Gabriel, criado por los abuelos, volver a esos muros y al techo de zinc y al patio con un gigantesco ficus era como entrar a un territorio neblinoso que solo podía ser recuperado a través de la palabra. Y fue lo que hizo. ¿Volvió alguna vez a esa casa? Dicen que en 1983, de visita en Aracataca, no fue capaz de entrar, y que poco antes de morir pasó por delante en una carroza. Cuando baja el calor, el pueblo vuelve a animarse, pero a pesar del aire cosmopolita que le dan sus diferentes sectores –el Barrio Italiano, el Barrio Español, el Barrio Turco–, Aracataca es un pueblo pequeño y algo triste, y bastante empobrecido. Es lo que uno ve al alejarse de él: casas de cemento, niños sin camisa, mujeres prematuramente envejecidas.

La etapa de Barranquilla



El siguiente punto que brilla en el mapa de Macondo es Barranquilla, donde García Márquez vivió varias veces. La primera fue a mediados de la década de los 30, en el Barrio Abajo, que describe así en sus memorias: “Una quinta gótica pintada de alfajores amarillos y rojos, y con dos alminares de guerra”. Ya en esos años el barrio era “degradado y alegre”, algo que hoy no ha cambiado en lo más mínimo pues lo que hay es una modesta construcción de un piso frente a un parque rectangular, en la calle Murillo, una arteria infestada de camiones y buses que hacen que el aire se vuelva irrespirable, una imagen muy frecuente en esta Barranquilla de hoy, ciudad de viejo esplendor venida a menos. En la esquina de esa casa está la Tienda Tokio, donde Gabo bebía cerveza y donde, según cuentan, le hizo al dueño un cartel que decía “Hoy no fío. Mañana sí”.

Volvió a vivir en 1949, siendo ya un joven literato en ciernes y un experimentado periodista. Consiguió trabajo de cronista en el diario El Heraldo e inició su gran aventura de escritor, que transcurrirá en lugares míticos como la Librería Mundo, el Bar Japi, el Café Roma, la Librería Cervantes, el burdel y hotel El Rascacielos y, por supuesto, el edificio del diario El Heraldo, que en esos años estaba en un caserón de la Calle Real, rodeado de vendedores que tendían sus mercancías en el suelo, carritos de helados y refrescos, bares y pensiones de mala muerte. Hoy El Heraldo cambió de sede y su imponente edificio, con salas de redacción modernas y aire acondicionado, no recuerda su modesto origen.

Al igual que otras metrópolis de América, Barranquilla fue ciudad de inmigrantes con barrios italiano, español, chino, zonas de influencia sirio-libanesa y judía. Tenía orquesta filarmónica y compañía local de ópera, grandes librerías, revistas culturales, cines, tertulias... Se gestó en ella uno de los movimientos culturales más importantes del Caribe, el llamado Grupo de Barranquilla. De él formaron parte los escritores Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio, la poetisa Maira Delmar, los pintores Orlando Rivera, alias Figurita, Alejandro Obregón, Cecilia Porras y ocasionalmente Enrique Grau, los intelectuales Ramón Vinyes (llamado “el sabio catalán” en Cien años de soledad), José Félix y Alfonso Fuenmayor, que eran también periodistas, Germán Vargas, y otros más que iban y venían. La mayoría de los lugares míticos del Grupo han desaparecido, como la Librería Mundo, en el callejón del Progreso, y que hoy es una sede bancaria, o el Café Colombia, también en San Blas, pero la buena noticia es que uno de los más bellos y legendarios, La Cueva, ha resucitado. La Cueva está en el mismo lugar de antes: la esquina de la calle Victoria con la Veinte de Julio, en el barrio Boston. Su aviso luminoso, un hombre disparándole con un rifle a un pato, recuerda el que tuvo en los años 50, pues La Cueva era un bar para cazadores e intelectuales, las dos grandes pasiones de su propietario, Eduardo Vilá. Para devolver a la vida este bello lugar fue preciso crear una fundación cultural, pero sobre todo se necesitó de un enorme afecto y la decisión del escritor Heriberto Fiorillo, quien siempre lamentó haber tenido solo 5 años cuando La Cueva mítica estaba en funcionamiento, a mediados de los años 50, y por eso su maravillosa obsesión por hacerla renacer. Fiorillo recuperó el lugar y, con la financiación de empresas amigas de la cultura, pudo reabrir en el año 2006 como bar, restaurante y salón de tertulias.



Cartagena de Indias



Siguiendo hacia el sur por el litoral Caribe se llega a Cartagena de Indias, adonde García Márquez llegó en mayo de 1948, proveniente de Bogotá, entusiasmado por regresar del frío del altiplano a su cultura caribeña y con un puesto de redactor en el recién fundado periódico El Universal, de Clemente Manuel Zabala, quien deseaba darle un vuelco a la prensa tradicional y reforzar la crónica como género periodístico. El joven Gabriel, que ya había publicado crónicas y cuentos en el diario El Espectador de Bogotá, encontró allí un espacio para desarrollar sus cualidades estilísticas. También encontró en Cartagena un par de amigos bohemios y literatos que lo acompañarían en sus intensas libaciones nocturnas: Gustavo Ibarra Merlano y el escritor Héctor Rojas Herazo, ambos periodistas de El Universal. Los espacios de estas correrías cartageneras fueron la ciudad colonial amurallada, donde vivía Gabo, la Plaza de Santo Domingo, el parque de Bolívar, el Portal de los Escribanos –del que habla en El amor en los tiempos del cólera–, el muelle de los Pegasos, las antiguas bodegas coloniales del puerto, la Bahía de las Ánimas, la playa y la zona más moderna de Bocagrande, lugares de marineros y gente humilde, como nos cuenta él mismo en sus memorias, Vivir para contarla.

En ese hermoso decorado está la casa actual de García Márquez, una esquina privilegiada, al lado del lujoso y colonial Hotel Santa Clara y frente a las murallas, las palmeras y el mar. Desde afuera, y por razones obvias, solo se ve un altísimo muro que protege la intimidad de la casa, que fue construida por Rogelio Salmona, el arquitecto más reconocido de Colombia. Hace años me contaron la siguiente anécdota: cuando Salmona buscaba terrenos en Cartagena para construir la casa de Gabo, la noticia se supo y los precios subieron. Así que Salmona debía actuar con mucho tacto. Un día encontró una vieja imprenta que estaba por cerrar y que tenía un terreno apropiado para el proyecto. Salmona fue a hablar con el impresor y dueño de la casa, un anciano ciego, y le preguntó el precio. El viejo, con un cigarro en la boca, le dio una cifra. La petición era razonable, así que Salmona llamó a Gabo y le dijo que viniera a ver el lugar. Regresaron dos días después y, antes de entrar, Salmona le dijo: “No hables, si te reconoce como García Márquez seguro le sube el precio”. Entraron y a Gabo le gustó el lugar. Luego fueron a la oficina del anciano y, al entrar, García Márquez dijo solamente: “Buenos días”. El anciano levantó las cuencas vacías de los ojos y dijo: “Usted es García Márquez”. Salmona y Gabo hicieron cara de tragedia y pensaron que subiría el precio, pero, para su sorpresa, cuando se abordó el tema, el viejo pidió una cifra inferior a la que se había pactado. Salmona le preguntó por qué cambiaba el precio y el anciano respondió: “Es que yo a García Márquez lo he pirateado mucho en esta imprenta y es justo retribuirle”. Tiempo después le pregunté a García Márquez por la veracidad de la historia y, riéndose, sin confirmar ni desmentir, me dijo: “Es muy buena, debe ser cierta porque es muy buena”.

Audiotour por la Cartagena de García Márquez



El touroperador colombiano Tierra Magna (www.tierramagna.com) ha creado un audiotour por la ciudad de Cartagena de Indias basado en las ficciones del Nobel de Literatura ambientadas en la ciudad y en la historia real de la propia Cartagena, para muchos la ciudad más bella del Caribe. El audiotour está disponible en cinco idiomas. No requiere guía turístico. Basta con un mapa, el equipo y los audífonos, que se pueden encargar por teléfono (Tlf. 00 57 5 655 19 16), Internet o correo electrónico (comercial@tierramagna.com) a Tierra Magna, que puede entregarlos directamente en el hotel donde el viajero se encuentre hospedado. También se pueden adquirir en la taquilla de Tierra Magna situada en el Castillo de San Felipe de Barajas. El total de grabación es de cuatro horas, con 35 estaciones distribuidas en doce plazas y calles. Cada estación tiene historias independientes, por lo que la selección de calles y plazas puede hacerse con entera libertad y cada viajero elige su propio recorrido y también decide el tiempo de duración del mismo.



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