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Una montaña en medio del mar. Es otra manera de definir a la île de la beauté, la isla de la belleza, tal y como la conocen los franceses, aunque mucho antes que ellos los griegos la bautizaran con el nombre de Kallisté, la más sublime. A 200 kilómetros al sur de la Costa Azul, Córcega no es tan solo la cuna de Napoleón Bonaparte: es un continente en sí mismo que ha sabido mantener su patrimonio natural como su principal seña de identidad. Su compleja historia, que la ha llevado de mano en mano durante siglos, no ha podido mermar el verdadero orgullo de sus habitantes, su territorio, con dos tercios de superficie especialmente protegidos. Su geografía resulta sorprendente.

Si en el norte son los acantilados de granito los que trazan su perfil, playas de fina arena se abren a un mar cristalino en el sur. Y, entre medias, bosques de olivos y castaños que van cediendo progresivamente su espacio a abetos y alerces. El litoral corso, con una longitud total de más de mil kilómetros, es el más variado de toda Francia, con una diversidad de paisajes marinos única en el Mediterráneo. En la zona meridional, la playa de Palombaggia, muy cerca de la animada Porto Vecchio, es una de las más populares. Con solo poner un pie en la arena cualquiera puede entender por qué.

Entre el mar y la montaña, replegado sobre el mismo golfo, Porto Vecchio es famoso por su puerto deportivo. Una estación balnearia cuya fama se ha construido en torno a dos de sus playas: la de Santa Giulia, de aguas poco profundas, ideal para los niños, y, sobre todo, la de Palombaggia, bendecida por el clima más tropical de Francia. Resulta difícil aquí distinguir los aromas. Al pasear por su arena blanca, que a ratos se hace dorada, parece sencillo distinguir el olor intenso a salitre. Pero también llega, suave y fresco, el de los centenarios pinos que actúan como refugios de sombra.

Azules, verdes, rosas

La mayoría de los visitantes que hasta aquí llegan para comprobar si es verdad que existe una playa tan bella se dedican al noble arte de la contemplación. Podríamos pasar horas enteras mirando el mar, observando pequeños matices, los cambios de color según varía la luz. Ahora es azul, ahora es verde. Y también rosa, como las suaves colinas que enmarcan este paraje de fábula en el que, de vez en cuando, según sea la hora y la temporada, aparecen rocas que se prestan a ser exploradas. La monotonía de este lentísimo quehacer diario la rompen los barcos que pasan incesantemente en la distancia. Barcos que nos recuerdan que Palombaggia es un lugar con larga tradición pesquera. Comer pescado en los bares de la zona o en los restaurantes de Porto Vecchio es la mejor forma de integrarse aún más en el paisaje.



Hacer esnórquel y recorrer los dos kilómetros de extensión con que cuenta la playa son las actividades preferidas de aquellos que deciden pasar a la acción. Aunque la vista tiene que seguir trabajando. Hay que mirar al horizonte para divisar el archipiélago de las islas Cerbicale, compuesto por cinco islotes deshabitados ???Forana, Piana, Maestra Maria, Pietricaggiosa y los peñascos de la Vacca y del Toro??? que forman parte de la Réserve Naturelle des Bouches de Bonifacio, refugio de especies avícolas, algunas en peligro de extinción. Para recorrer la reserva es necesario dirigirse a Bonifacio, desde cuyo puerto parten los barcos que realizan las excursiones. La zona es perfecta para el buceo, con cañones submarinos en los que contemplar una espectacular fauna y flora. Más al sur aún, las misteriosas islas Lavezzi, con su centenar de islotes y escollos, en medio de Córcega y Cerdeña, a unos cuatro kilómetros de la punta de Sperono, también forman parte de esta reserva natural en cuyos fondos es fácil encontrar meros entre gorgonias, corales y esponjas.

Las mejores vistas

En temporada alta, la parte norte de la playa de Palombaggia suele ser la más concurrida. La parte sur se ensancha bastante, dejando más espacio para extender la toalla. En esta dirección hay que buscar la que está considerada como la segunda playa más bella de Córcega, la de Tamarucciu, de arena rosada, separada de la de Palombaggia por una lengua de tierra rocosa. Otra postal con la que quedarse en la memoria antes o después de recorrer la isla y descubrir ciudades con historia como Ajaccio y Bastia, o rincones donde disfrutar de la mejor panorámica, como el Col de Thegime, desde donde, en los días claros, se puede divisar la isla de Elba, o el Faro de Pertusato, el mejor balcón sobre el Mediterráneo.


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